El espectáculo de magia, Divertimagia derrocha magia y buen humor para los más pequeños, en La Escalera de Jacob.
Un espectáculo de magia es para cualquier niño una experiencia única e inolvidable. Lo flipas. El pasado domingo asistí al espectáculo Divertimagia, que desde hace tiempo está representando un tal Ernesto Misterio en la madrileña y coquetísima sala La Escalera de Jacob. Aparecen animales de la nada, las cosas cambian de tamaño, las cartas se confunden las unas con las otras… A-lu-ci-nan-te.
En cambio, a los adultos, no sé qué les sucede que se pasan el espectáculo murmurando y preguntándose por lo bajini que si dónde estará el truco, que si cómo consigue engañarnos el tío de la barba, que si patatín, que si patatán… ¡Qué truco ni qué truco! ¿Es que todavía no saben que los magos se llaman así precisamente porque tienen poderes mágicos y son capaces de hacer cosas increíbles? Increíbles para los adultos, claro, que no se creen nada de nada, los tíos.
Una cosa que tiene muy chula este mago es que además de hacer magia potagia, gasta bromas a los niños y los saca al escenario. El día que estuve yo pasó una cosa muy graciosa, a ver si la sé contar bien: resulta que sacó una niña al escenario para hacer un truco, y la niña ahí, ñaca, ñaca, ñaca, con un chicle en la boca todo el rato. Y el mago, con su guasa, va y le dice a la niña que en un escenario no se puede estar mascando chicle, que es de mala educación. Así que la niña, muy digna ella, no se lo piensa, se saca el chicle de la boca y se lo da al mago. Pero calla, que el mago dice que vale, que ya que estamos va a hacer un truco con el chicle. Coge el tío la bolita de chicle, la estira y la estira, y la deja de larga como si fuese una cuerda. Entonces la corta en cuatro pedacitos, se los da otra vez a la niña y le dice que junte los cuatro trozos y que frote las manos así, como si estuviera haciendo una albondiguilla con el chicle. Y claro, el chicle se hace otra vez una bola, normal. Total, que al final va el mago, coge la bolita, la vuelve a estirar y… ¡Tachán!, ¡otra vez aparece la cuerda!
No, no es un truco, ya digo que fue una broma, que lo que hizo fue vacilarnos a los niños, pero estuvo muy gracioso. Y ahí estuvo el chicle todo el resto de la función, pegado a la mesa, que no hacia más que caerse una y otra vez, qué asco.
Luego sucedió otra cosa también muy simpática, y es que entre el público había niños, niñas, padres, madres y… un perrito. Qué mono. Estuvo todo el rato muy quietecito, porque era uno de esos perros que se preparan para ser guías de personas ciegas y que tienen que acostumbrarse a ir a todos los sitios con sus dueños, a montar en el metro, a los restaurantes, al cine, al teatro, a un espectáculo de magia… No fue un truco, ni una broma tampoco, pero estuvo muy gracioso y por eso lo cuento, ea.
Al salir del espectáculo, el mago nos iba preguntando a los niños si nos había gustado, y yo le contesté que sí, que mucho, y entonces fue cuando me gastó la broma más gorda. No te lo pierdas: me contó que no me preocupara, pero que yo era en realidad un adulto. Y es que los adultos que se creen los trucos, que son ya muy poquitos, me dijo, cuando asisten a un espectáculo de Divertimagia… ¡zas!, se convierten en niños por arte de magia. Pero que, por si acaso, me insistió, no me olvidara de que en realidad yo era un adulto y de que al día siguiente tenía que escribir la crónica del espectáculo.
¡Un adulto yo! ¡Qué risa, tía Felisa!
Divertimagia
Lugar: La escalera de Jacob